(Joaquín Costa y Martínez; Monzón, Huesca, 1846 - Graus, Huesca, 1911) Jurista, historiador y erudito español representativo del movimiento regeneracionista. Procedente de una familia campesina modesta, consiguió estudiar en la Universidad de Madrid, doctorándose en Derecho (1872) y Filosofía y Letras (1873). Su dedicación a la docencia se vio truncada por la estrecha política universitaria del momento, que le decantó hacia otras actividades como la de notario, letrado de Hacienda y profesor de la Institución Libre de Enseñanza. Pronto comenzó a distinguirse por sus conferencias, artículos y ensayos sobre múltiples aspectos de la realidad española, que le señalaban como un intelectual populista, crítico y sagaz, ligado al krausismo (la corriente filosófica de los seguidores de Krause). La crisis agrícola de finales del siglo XIX y, sobre todo, la conmoción que sufrió la conciencia nacional española con la derrota en la guerra frente a Estados Unidos y la consiguiente pérdida de las posesiones coloniales de Cuba, Puerto Rico y Filipinas (1898), le estimularon en sus ataques al orden establecido y la búsqueda de propuestas de cambio.
Postuló la recuperación de la economía y de la sociedad agrarias a partir de las tradiciones españolas (Colectivismo agrario en España, 1898) y de una política de fomento (Política hidráulica, 1911), como base para la reconstrucción del país y su inserción entre las potencias europeas (Reconstrucción y europeización de España, 1900).
A pesar de sus convicciones republicanas, hasta los años noventa no había participado en la política activa; en 1896 fracasó en su primer intento por hacerse elegir diputado, acentuando desde entonces la crítica al dominio de los caciques en el medio rural, que corrompía las elecciones y tergiversaba el sentido del sistema parlamentario (Oligarquía y caciquismo como la forma actual de gobierno de España, 1901-02). Consciente de que los vicios caciquiles eran comunes a todos los partidos del régimen de la Restauración, canalizó su actividad política a través de organizaciones de nuevo cuño, como la Liga de Contribuyentes de Ribagorza o la Cámara Agrícola del Alto Aragón.
En 1899 estas instituciones se unificaron con otras similares, dando lugar a la Liga Nacional de Productores; y en 1900 confluyeron con la Asamblea de Cámaras de Comercio de Basilio Paraíso, formando la Unión Nacional. Aquel grupo de presión regeneracionista resultó poco eficaz, por lo que Costa decidió abandonarlo en 1903, presentándose a las elecciones en las listas de la Unión Republicana. Su delicado estado de salud no le permitió ocupar el escaño, retirándose en aquel mismo año a Graus.
Sus críticas al régimen oligárquico de la Restauración, al que culpaba del atraso nacional, expresaban la frustración de las clases medias españolas ante la pobreza del país y su incapacidad para dotarse de un sistema político moderno; pero, en la medida en que confiaba para solucionarlo en la actuación personal de un «cirujano de hierro» con fuerza para desmontar el caciquismo, anticipaba la solución autoritaria que llegaría con la dictadura de Primo de Rivera, por lo que se ha relacionado a Costa con los orígenes del pensamiento fascista.
El funeral de Joaquín Costa.
De cómo el pueblo deroga un decreto ministerial. Joaquin Costa fue uno de los grandes pensadores de final de siglo XIX. Político, jurista, economista e historiador. Sus orígenes pobres harán que se incline de manera especial por los problemas de los más humildes. Estudió particularmente las raíces populares del derecho consuetudinario y fue de las personas que con más rigor profundizó en las formas comunitarias de gobierno y de autogestión municipal, hecho que plasmaría en su magna obra Colectivismo agrario (1898, en que hace una dura crítica de la destrucción por las desamortizaciones y otras prácticas de ancestrales sistemas de propiedad comunal y concejil) y en su obra Oligarquía y Caciquismo (1901 en la que denuncia la enorme corrupción del sistema político de la Restauración). A su muerte en 1911 el pueblo sencillo de Zaragoza, obreros y campesinos, le dio las gracias con un episodio tan singular como poco conocido por el cual reposan en Zaragoza sus restos mortales. Veamos el relato hecho por la pluma de un militante obrero aragonés, Manuel Buenacasa:
El Consejo de Ministros se reunió expresamente para decretar que los restos mortales del gran desaparecido reposaran en el Panteón de Hombres Ilustres. El decreto fue anulado por el pueblo aragonés. He aquí lo ocurrido: El Gobierno había dado instrucciones para que el fúnebre con¬voy tomase el rumbo de Madrid sin detenerse en Zaragoza. Al enterarse de ello, una inmensa multitud invadió la estación del Arrabal (Norte), detuvo el tren y desenganchó el furgón donde don Joaquín se encontraba de cuerpo presente. La fuerza pública quiso hacer de las suyas; pero percatado el gobernador de Zaragoza del mal sesgo que tomaba el asunto, creyó poder calmar los ánimos. Subió a un banco y pronunció las siguientes palabras:
—¡Aragoneses! El Gobierno de Su Majestad, deseoso de honrar los grandes méritos y los servicios prestados a la Patria por don Joaquín Costa, ha decidido que los restos mortales de vuestro insigne paisano reposen en el Panteón de Hombres Ilustres.
Una voz estentórea interrumpió al orador: —En ese Panteón duermen más granujas que personas decen¬tes. Los despojos mortales de Costa reposarán en Zaragoza, donde construiremos un monumento exclusivamente para él. Tal es nues¬tra voluntad.
Un clamor unánime aprobó lo expresado por el tribuno impro¬visado. El Gobierno, informado por telégrafo de lo ocurrido, terminó por ceder. Entonces sacamos entre varios el féretro del furgón, y a hom¬bros de trabajadores lo condujimos al gran Salón de la Lonja, donde quedó expuesto el cadáver tres días. Cuando se estaba organizando la manifestación que debía acompañar al cadáver hasta Torrero, fuimos sorprendidos por la llegada de varios ministros, que a todo trance querían ocupar la presidencia del duelo. “Aquí no preside nadie sino el pueblo”, les dijimos. Y en efecto todas las representaciones de España allí presentes hubieron de confundirse con aquella muchedumbre, recogida en su dolor, y echar a andar a remolque de ella. Integraba la cabeza de la manifestación (al fin también la presidencia) los cinco mil trabajadores entonces asociados a la Federación Obrera Zaragozana. Y detrás todo un pueblo, el pueblo español representado por incontables delegaciones. He aquí de cómo un pueblo puede derogar un decreto ministerial.
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